
10 Jul El Síndrome del Demonio de Tasmania
Reflexionando sobre los Principios de Pierre Faure recordé algo que escribí en abril del año pasado.
Síndrome del Demonio de Tasmania
Durante los años 60’s se consolidó la Tercera Fuerza de la Psicología: la Humanista; con sus conocidos conceptos de autorrealización, enfoque centrado en la persona y potencial humano. En esta década muchos acontecimientos revolucionaron positivamente: los derechos humanos, la libertad y el desarrollo personal; pero algo sucedió en el ámbito de la educación. Tal vez fue la combinación del Amor y Paz, la lucha por la individualidad, los avances tecnológicos, lo vertiginoso del cambio y los mencionados conceptos humanistas (cuya importancia en cada caso sería absurdo subestimar); pero en algún punto se perdieron las genuinas intenciones de Carl Rogers y Abraham Maslow.
Lo de “centrado en la persona” se transformó en persona centrada sólo en sí misma. La autorrealización pareció haberse tergiversado y convertido en una especie de Síndrome del Demonio de Tasmania. Donde las personas sólo quieren girar sobre sí mismas y no les importa destruir o pasar por encima de quien sea con tal de cumplir con sus propósitos (de verdad espero que no me demanden los de la Warner).
La precaria situación Actual
Actualmente vivimos un desconcertante individualismo paradójico entre jóvenes que se caracterizan por una pseudoautonomía basada en el “yo decido y tú resuelves y pagas”. Es decir, “eres indispensable para que pueda ejercer mi independencia” y una insaciable demanda de niñas, niños y adolescentes que parecen sentirse siempre insatisfechos.
En este proceso han jugado importante papel en primer lugar la familia. Que se polariza cada vez más entre ignorar su función en la formación de hijos e hijas, o sobreproteger y aplazar lo más posible su desprendimiento en el camino a la vida propia y la educación formal. Ambas se han encargado de afectar cada día más la vida diaria de estos seres en proceso, suprimiendo consecuencias y límites, responsabilizándose de lo que a ellos corresponde y haciéndoles creer, a través de hechos y palabras, que son especiales y que no necesariamente deben cumplir obligaciones para acceder a sus derechos.
Los avances tecnológicos y la mercadotecnia también han contribuido; ahora todo es desechable. Si algo se rompe se tira, si se descompone se compra otro, si incomoda se descarta o se rechaza. Incluyendo a las personas y a las obligaciones.
Todo esto ha llevado gradualmente al estilo del esfuerzo mínimo. La descalificación de las necesidades ajenas y a la irresponsabilidad por las acciones realizadas. Los cambios promovidos por algunos sucesos de los 60’s, que estaban respondiendo a necesidades legítimas del ser humano en ese tiempo. La mala interpretación, la comodidad física y mental que proporcionan los avances tecnológicos y la natural tendencia de los humanos a buscar una vida placentera. Todo esto ha llevado algunos aspectos de los conceptos de derecho y libertad a terrenos peligrosos e insostenibles. A lo que se ha derivado, este Síndrome del Demonio de Tasmania.
Criterios de diagnóstico
- Excelente estado del humor cuando todo es como él o ella esperan.
- Cambios bruscos en el estado de ánimo cuando se le contradice.
- Baja -muy baja- tolerancia a la frustración y necesidad de satisfacción INMEDIATA.
- Subestimación de las necesidades de otros y/o convicción de que lo único que importa es lo suyo.
- Manifestaciones de agresividad, resentimiento o franco rechazo hacia quienes no satisfacen sus deseos.
- Imposibilidad para enfrentar las consecuencias de sus actos.
- Incapacidad para reconocer que sus acciones contribuyen a generar mucho de lo “negativo” que les sucede.
- Creencia de que pueden disponer libremente de la propiedad ajena o del tiempo de otros.
Las personas con Síndrome del Demonio de Tasmania sufren. A pesar de que logran obtener mucho de lo que desean, viven sintiendo que la vida es injusta, interpretan como falta de afecto o respeto hacia ellos que la gente que tienen alrededor no responda puntualmente a sus necesidades, se sienten predominantemente insatisfechos y pueden caer en depresión fácilmente.
Los psicólogos, con todas nuestras fuerzas (Primera, Segunda, Tercera o las que sean necesarias), debemos contribuir con nuestro trabajo a reivindicar el concepto de autorrealización, fortalecer la importancia de definir límites y promover la autorresponsabilidad, aunque corramos el riesgo, cuando lo logremos, de disminuir nuestra afluencia de pacientes, porque sabemos que quien es responsable de sí mismo tiene menos problemas. “Es cuestión de conciencia”.
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